Jesús Manuel Sánchez: ¿Es bíblico decir: «Acepta a Cristo en tu corazón»?

Es muy habitual encontrar a personas, cuando están hablando del evangelio a otra persona, terminar diciéndole: “Acepta a Cristo en tu corazón para que entre en ti”.

¿Pero realmente encontramos esta afirmación en la Palabra de Dios? ¿Es bíblico decir “acepta a Cristo en tu corazón”?

Primeramente, Pablo dice en Romanos 1:16 que es en el evangelio, donde Dios muestra su poder para salvar al que en Él cree, “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” y en 1 Corintios 1:21, “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”.

Debemos de entender que, el evangelio es la declaración más impactante que puede haber en el mundo; el evangelio es la declaración donde hace ver al hombre que es un vil desechado delante de un Dios santo.

El evangelio enseña que no hay obra alguna que nosotros podamos ofrecer a Dios que le agrade, ya que están manchadas de pecados, y únicamente la obra de Cristo, de su vida en obediencia hasta la muerte y muerte de cruz, siendo esto imputado a nuestra cuenta por medio de la fe en la obra de Jesucristo, somos justificados delante del Padre.

Resumiendo, el evangelio nos enseña que, los pecadores han sido destituidos de la gloria de Dios, y nosotros somos los que hemos traicionado a Dios y no Dios a nosotros.

¿Por qué digo esto último?

Porque muchos hoy, cuando hablan de su conversión, terminan diciendo que ellos son salvos porque “un día, aceptaron a Cristo en su corazón”, pero ¿es correcta esta expresión?

Vemos tres problemas de esta mal usada expresión:

Primero, es un peligro tener como base de justicia una obra tuya. No eres salvo por nada que hagas, eres salvo por lo que Cristo hizo por ti.

Sabemos que la demanda exige un movimiento del pecador, ya que somos nosotros los que nos tenemos que arrepentir, somos nosotros los que debemos de correr hacia Cristo con todas nuestras fuerzas; pero por eso mismo, no es lo mismo correr hacia Cristo, que decir que “yo acepté a Cristo en mi corazón”.

Pero recuerdo, que no somos salvos por obras, no somos salvos por nada de lo que nosotros podemos ofrecerle a Dios, ni siquiera nuestra predisposición a ser salvos, sino que somos salvos únicamente por la obra de Cristo. Él es nuestra justicia.

Segundo, tú no aceptas a Cristo, Cristo te acepta a ti. Tú no eres el ofendido, el ofendido es Dios porque nosotros hemos pecado y nos hemos apartado de Él.

Cristo no nos debe nada. Dios no tiene ninguna obligación de salvar al pecador. ¡Todo lo contrario! Sería totalmente justo si Dios hubiese decidido mandar a toda la humanidad al infierno, ya que es lo que nos merecemos. Cuando Dios recibe a un pecador perdonado por la obra de Cristo, es Él que nos acepta, y no nosotros a Él.

Tercero, en esta aceptación, Cristo no entra en nuestro corazón; nosotros -bajo la justicia de Cristo- entramos en su reino.

Cuando somos aceptados por Cristo, hemos sido resucitados cuando antes estábamos muertos en delitos y pecados; hemos sido trasladados de las tinieblas hacia su luz admirable; hemos pasamos del reino de las tinieblas hacia el reino de la luz, pasamos del reino del diablo al reino de Cristo. Ya pertenecemos al reino de los cielos “para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Filipenses 1:6).

Dios nos reconcilió con Él mismo por medio de Cristo, aceptándonos como hijos, pueblo, nación santa, para que proclamemos, “que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5:19).

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