
Estoy tan (pero tan) cansado de todos esos nuevos líderes evangélicos que no paran de decirnos que tenemos que ser «culturalmente relevantes».
En realidad, lo que quieren decir con esta frase es que no hace falta hablar del pecado.
Los cristianos del siglo XXI, según dicen, tenemos que ser muy simpáticos, pintar las casas de nuestros vecinos, plantar árboles, ser vegetarianos, regalar máscaras anti coronavirus, «encarnar el reino»; y así veremos a Dios obrando con poder entre los inconversos.
¡Tonterías!
Esta clase de «evangelismo» no ha producido nada sino una nueva generación de supuestos «creyentes» completamente mundanos que solamente «sirven a Dios» con fines humanistas.
Lo que necesitamos es redescubrir el verdadero poder de Dios: ¡la proclamación del evangelio apostólico en el poder del Espíritu! ¡Tenemos que declarar que fuera de Cristo todos están condenados y bajo la ira de Dios! ¡Y que la única esperanza para los pecadores se encuentra en la sangre derramada en la cruz!
«Oh no, pastor Will, pero predicar así ofenderá a los incrédulos».
Así es. ¡Por fin te enteras de que el evangelio es una ofensa!
No quiero ser popular. Mi meta no es ser elogiado por los enemigos de la cruz. Mi anhelo es la gloria de Dios y la salvación de los perdidos.
Lo que hay detrás de este concepto de ser «culturalmente relevantes» es rebeldía, cobardía y falta de sumisión a la Gran Comisión.
Es un eslogan empleado por gente que no ha vencido al mundo, que busca la gloria del hombres y no la gloria de Dios en el evangelio. Son personas que se creen más buenas y listas que Dios.
Un predicador que no habla del pecado y que no confronta a los perdidos es, en términos bíblicos, un falso profeta. Puede contar con miles de seguidores e incluso ocupar un lugar de prominencia en un ministerio paraeclesial; pero es un impostor.
Creedme hermanos: si predicáis el verdadero evangelio, siempre seréis relevantes porque no hay nada más actual que el pecado del hombre y el poder perdonador de Jesucristo.

¡Amen, y amen! El apóstol Pablo temia predicar el evangelio de tal manera que nadie se ofendía con su mensaje. Si nuestra meta es predicar el evangelio de forma tan suave y tan aceptable culturalmente que nadie se ofende con nuestras palabras, entonces, no compartimos la actitud de Pablo. El temía agradar a sus oyentes con palabras suaves que le quitaran a su mensaje lo que él llama «la ofensa de la cruz.»
Tremendamete verdad pastor Will, lo que pasa es que ese tipo de pastor prefiere ver multitudes y no personas convertidas, prefieren la hloria del hombre y no la de Dios.