
El gran mandamiento que nuestro Señor Jesucristo nos dio, justo antes de ascender a los cielos con el Padre, fue el conocido como «la gran comisión».
Este mandamiento fue dado por el Señor a los discípulos que estaban allí presentes y a todos los discípulos del mundo y de todas las épocas que seguiríamos durante toda la historia.
Pero, ¿cuál es ese mandamiento? Lo encontramos en los cuatro evangelios de la Biblia, pero me voy a basar en el evangelio según Marcos capítulo 16, versículos 15 y 16:
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”
(Mateo 28:16-20; Lucas 24:36-49; Juan 20:19-23)
Pero, ¿qué es el evangelio?
La palabra “evangelio” proviene de la palabra griega «ευαγγελιον» (euangélion), que significa literalmente “buena noticia”.
Entonces, Jesús nos mandó a predicar la buena noticia, pero ¿cuál es esa buena noticia?, ¿qué es el evangelio?
Primero veamos qué NO ES el evangelio o, al menos, qué no es el evangelio completo:
1.- El evangelio no es, en sí mismo, un libro (o cuatro) de la biblia.
Los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento son llamados “los evangelios”.
Mateo, Marcos, Lucas y Juan nos narran, cada uno a su estilo e inspirados por el Espíritu Santo, la historia del nacimiento, ministerio, muerte y resurrección de Jesús. Y esta historia es el culmen del evangelio, ahí fue el momento clave que nos trajo salvación, pero EL EVANGELIO (sí, en mayúsculas) es más que esa historia, por tanto, no podemos limitarnos a predicar que Jesús es Dios, se hizo hombre, murió en una cruz y resucitó al tercer día. Esto es verdad, pero sería una verdadera historia incompleta.
2. Predicar el evangelio no es decir “Jesús te ama”
Aunque sabemos que “Dios es amor” (1ª Juan 4:8) y perdonador, también sabemos que Él es perfectamente Justo, “que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable” (Números 14:18)
Pero, ¿quién es el culpable?, todos los humanos que han existido, existen y existirán somos culpables de pecar contra Dios. Desde que nacemos no paramos de pecar, ya sea de pensamiento, o de palabra o de acción, por eso dice el apóstol: “Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,”(Romanos 3:22b-23). Y quiero hacer énfasis en esa primera parte, que dice “Porque no hay diferencia”. Normalmente, cuando se cita esta porción, se omite esta parte, y se empieza en “por cuanto todos pecaron…” y sí, ese es el centro de la idea, pero la frase completa empieza diciendo que “no hay diferencia”, no hay diferencia entre ninguno de nosotros, todos pecamos y todos estamos destituidos de la gloria de Dios, todos nacemos separados de Dios y rechazando a Dios. Esto se define con la palabra “impío”. Todos nacemos siendo impíos y, ¿qué dice Dios de los impíos?, veamos algunos ejemplos:
- “Dios es juez justo, Y Dios está airado contra el impío todos los días.”(Salmos 7:11)
- “pero los cielos y la tierra actuales están reservados por su palabra para el fuego, guardados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos.” (2 Pedro 3:7)
- “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal.” (Filipenses 3:18-19)
Por tanto, como vemos en la palabra de Dios, hay que distinguir muy bien el amor de Dios en dos sentidos:
- Dios ama a su creación como tal, por el hecho en sí de que es su creación.
Él ha creado todo lo que existe, incluida toda la humanidad y, en ese sentido sí, claro, Dios ama a su creación. Por eso tiene misericordia de todos y nos deja, por un tiempo disfrutar de la vida en la tierra. Esto es lo que se conoce como “Gracia común”, una gracia de parte de Dios que recibe toda la humanidad. Por ejemplo, el que podamos respirar, es una gracia común, y es gracia, porque Dios no está obligado a darnos nada, hasta nuestro respirar es un regalo inmerecido de parte de Dios.
Pero Dios se ama a sí mismo mas que a su creación.
Lo único que es superior a la creación de Dios, es Dios mismo, y Él se ama a sí mismo mas que a nada, no porque sea un Dios “vanidoso”, “soberbio” o “egocéntrico”, sino porque sabe que no hay nada ni nadie superior a Él. Si Dios amase algo o a alguien más que a sí mismo, sería un idólatra.

Si Dios se ama a sí mismo, quiere decir que el ama sus propios atributos, y uno de esos atributos es su justicia perfecta. La justicia de Dios conlleva que el culpable de infringir su ley perfecta debe ser condenado, y el inocente debe ser absuelto.
Ahí es donde entra el “amor especial” de Dios:
- Dios ama, sobre todo, especialmente a su Hijo, porque también es Dios.
Como hemos dicho, Dios se ama a sí mismo sobre todas las cosas. Eso incluye a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Dios le ama por encima de todas las cosas, por encima de su creación, por encima de los humanos en general. Por tanto, Dios ama también, de una forma especial, a toda persona que se une, que se compromete, que se entrega a su Hijo Jesucristo. Este amor especial, es conocido como “gracia salvífica”, o “gracia salvadora” y es una gracia que no recibe toda la humanidad, sino solamente, los que están con y en su Hijo Jesucristo.
Por tanto, predicar el evangelio no se puede reducir a decir “Jesús te ama”, porque se lo estamos diciendo a impíos, a personas que aún no están en Cristo, por tanto, no están (aún, al menos) recibiendo el “amor especial” o la gracia salvífica de Dios. Nos estamos dejando lo más importante, que es que, para que Dios le ame, debe estar en Cristo. Si no, el impío piensa:
“¿Dios me ama, tal y como soy?, ¡Qué bien!, yo también me amo, voy a ser salvo porque Dios me ama igualde lo que yo me amo”
3. Predicar el evangelio no es decir: “invita a Jesús a entrar en tu corazón”
Esto no aparece en ninguna parte de la biblia. Nadie en todo el Nuevo Testamento predicó jamás diciendo: “invita a Jesús a entrar en tu corazón”. Es simplemente un invento humano, una herejía.
¿Quién es el hombre para “invitar” a Jesús? Jesús es el Dios Todopoderoso del universo, nosotros no tenemos a nada que invitarle, mas bien al revés: Él es quien nos invita a acudir a Él en arrepentimiento y fe. Nada más que decir de esta terrible herejía, nada tiene que ver con el evangelio. Mas bien, se parece a un ritual espiritista, pensando que por hacer esa “invocación”, Dios te va a salvar. Desgraciadamente, esta barbaridad está llevando a muchas personas de cabeza al infierno, creyéndose que van al cielo.
4. Predicar el evangelio no es hacer repetir “la oración del pecador”
Otra terrible herejía, desgraciadamente también muy común en nuestros días es “predicar el evangelio”, la mayor parte de las veces usando las tres “estrategias” anteriores que he explicado, terminando con la “oración del pecador”, como si fuera una formula mágica que va a forzar al Señor a salvar a esa persona.
La oración del pecador consiste en lo siguiente:
El supuesto hermano le dice al incrédulo:
– Repite conmigo esta oración: “Señor sé que soy pecador, por eso te pido que me perdones y que entres en mi corazón. Reconozco que moriste en la cruz para perdonar los pecados y resucitaste al tercer día y ahora estás con el Padre, en el nombre de Jesús, amen”
Después de esto, el incrédulo (o impío), cree que podrá repetir esa oración como un papagayo y, “por arte de magia” irá al cielo sí o sí, y podrá seguir viviendo la misma vida de pecado que estaba viviendo, pensando que su salvación está garantizada.
Terrible herejía también que está llevando al infierno muchas almas confundidas.

Entonces, ¿Qué es, verdaderamente, predicar el evangelio?
Como ya hemos dicho, predicar el evangelio es predicar la “buena noticia” de que hay salvación para las almas pecadoras, pero esta buena noticia, hay que predicarla en su contexto. La buena noticia es el “final feliz” de una historia que empezó muy triste. Como se suele decir: la buena noticia tiene que ir siempre precedida de la mala noticia.
Si el hombre necesita salvación, es porque no está a salvo por sí mismo, y por ahí debemos empezar:
En el principio, creo Dios los cielos y la tierra. Creó los mares, la naturaleza, los animales, etc. Y también creó al hombre, Adán.
Dios puso a Adán en el huerto del Edén, “para que lo labrara y lo guardase.” (Génesis 2:15)
Dios le dio todo para él, le dijo que podía comer de todos los árboles del huerto, excepto de uno: del árbol de la ciencia del bien y del mal, “porque de cierto, morirás”, le dijo.
Después, Dios creo los animales, y creó a Eva, como ayuda idónea para él. No es la mujer inferior a él, tampoco superior, sino que son “una sola carne” (Génesis 2:24) y complementarios el uno con el otro, cada uno en su rol.
Entonces, entró en acción el actor que faltaba: la serpiente antigua, que es el diablo. Engaño a Eva manipulando el mandamiento de Dios, cuando le dijo:
“¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?”
A lo que Eva le contestó que no, que sólo era del árbol del centro del huerto del que no podían comer, porque morirían.
Le dijo a esto la serpiente:
“No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.”
Así engañó a Eva, que después dio de ese fruto a Adán, y así desobedecieron a Dios y obedecieron al diablo.
Desde ese día, Dios los expulso del huerto y el pecado entró en el mundo a través de ellos y, la humanidad, por esta causa, trae como si fuera genéticamente el pecado sellado en su corazón. Ya los humanos nacemos con el “ADN pecador”
Pero Dios no nos dejó abandonados. Dios les expulsó, pero les dio la promesa de un Redentor que nacería de mujer.
Todos somos pecadores, nacemos en pecado y separados de Dios. Desde que de niños insultamos a otro niño, ya hemos pecado. Y dice la biblia que “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23), pero no solo la muerte física, sino la muerte espiritual, que significa, separación total de Dios, condenados al infierno por la eternidad.
La única forma de no ir al infierno por ti mismo, es cumplir de manera perfecta toda la ley de Dios durante toda tu vida, algo que es imposible. Pero es imposible, no porque Dios nos esté demandando algo imposible para cumplir por nosotros, sino que antes de que entrase el pecado al mundo, lo cumplíamos y podíamos, pero a causa del pecado, a causa de haber escuchado al diablo en vez de a Dios, ahora no lo podemos cumplir… NADIE.
Pero hubo un hombre que sí lo cumplió, y lo cumplió de forma perfecta, porque era un hombre, pero también era Dios.
Dios envió a su Hijo al mundo, a nacer de mujer, y a vivir una vida perfecta, sin pecado, sin mancha en el lugar de los pecadores que no podemos vivir así.
Jesús pasó nuestras tentaciones, nuestras angustias, nuestras tribulaciones, pero sin pecado.
Y no sólo eso, sino que la muerte que nosotros merecíamos, la ira del Padre que debía de caer sobre nosotros, la llevó el en nuestro lugar.

Cristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre y sufrió el castigo que nosotros nos merecíamos, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda más tenga vida eterna.
Si, la salvación no es para todos. La salvación es para todo aquel que cree en Jesús, y que cree a Jesús, que cree lo que Él dice, y se arrepiente de sus pecados, es decir, se aparta de sus pecados.
Cristo murió como ofrenta para pagar nuestra deuda con el Padre y estar reconciliados con Él, para que ahora podamos ser llamados hijos.
Y Dios confirmó que le agradó esta ofrenda, levantándole de los puertos al tercer día de su muerte. Esa fue la prueba absoluta de que el sacrificio de Cristo en la cruz, fue suficiente y definitivo para salvar a todo aquel que en él cree.
Después Jesús ascendió con el Padre, delante de muchos testigos y prometió que volvería de la misma forma a juzgar a vivos y a muertos: unos para salvación eterna, los que creyeron y se arrepintieron, y otros para condenación eterna, los que no creyeron en Jesucristo y su perfecta obra de salvación.
¡Cree hoy!, no mañana. Puede ser tarde. Ven a Cristo.
