
Si hay un tema del que nos cuesta hablar a los evangélicos es del pecado y el arrepentimiento. Se trata de algo que, por lo general, aplicamos en una capa muy fina sobre nuestra presentación del evangelio; y, desde luego, el achacar al pecado o a la falta de arrepentimiento los enormes problemas a que se enfrenta hoy en día nuestro mundo es algo que ni siquiera nos atrevemos a insinuar. ¡Cuánto menos osamos atribuir esas calamidades al justo juicio de Dios! Ni siquiera en círculos reformados se habla mucho de la relación que hay entre el pecado humano y lo que está sucediendo hoy en forma de “catástrofes naturales” o plagas y epidemias, ¡y mira que es un tema que está presente en toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis!
Como se trata de un asunto delicado─y hablar de él nos puede acarrear más impopularidad que respeto y amistades en el mundo─, ante las “catástrofes naturales” y plagas tales como el coronavirus nos contentamos con mostrar la cara social del evangelio, que es más amable: aquí estamos para ayudar, como todos los demás, para que vean que somos solidarios y buenos ciudadanos donde los haya. Pero esa no es la función principal de la Iglesia de Cristo en el mundo.
La tarea primordial dela Iglesia es llamar a la gente ─incluso a los gobernantes y las naciones[1]─a considerar su relación con Dios y ver cómo está esa relación, cómo debería estar, y qué hay que hacer para que sea como debe ser. Es de esto de lo que nuestra generación está más necesitada y de donde proceden la mayor parte de sus problemas. Vemos que ni aun en momentos tan graves como la crisis actual las naciones evocan a Dios[2],ni se plantean acudir a Él en busca de ayuda. ¡Cuánto menos clamar a Él arrepentidas![3]. Nos hemos acostumbrado a un mundo sin trascendencia ni dimensión espiritual, en el que Dios no figura para nada. Si existe no lo sabemos; de todos modos, no le vemos la utilidad. Pretendemos que manteniéndonos unidos venceremos al coronavirus, con nuestra propia fuerza y disciplina, siguiendo el sabio consejo de nuestros gobernantes y epidemiólogos.
Y están también aquellos que dicen que de esta pandemia vamos a salir mejores personas, y que nos aguarda un futuro brillante.¡Aunque habrá que trabajar duro, claro, para recuperar “lo que quedó de la oruga [se] comió el saltón, y…”[4]! ¡Oh, perdón! Quiero decir: la economía, las empresas, el campo, los empleos… ¡todo eso que un malvado virus nos destruyó![5].
Se dice que lo que está haciendo el coronavirus es potenciar todo lo bueno que hay en nosotros, y que el cambio que ha producido en la sociedad en términos de solidaridad, generosidad, valentía y entrega será permanente, sin que resulte necesario hacer uso de la fuerza o de la imposición para consolidarlo. Sin duda volveremos a disfrutar también de la libertad de nuestro sistema democrático, del estado de derecho y del estado del bienestar; cosas de las que hemos sido privados, ¡aunque solo parcial y temporalmente! La vuelta de las libertades adquiridas con tanto esfuerzo está garantizada, porque seguro que no habrá nadie tan perverso que nos las quiera arrebatar.¡Vamos sin duda hacia una sociedad más libre y más justa!
¡Y todo ello sin recurrir a esos viejos trucos de un Dios que creó el mundo y un Salvador que murió en una cruz para que fuéramos perdonados y transformados sobrenaturalmente por su Espíritu[6] en nuevas criaturas, y hechos hijos de Dios y herederos juntamente con Cristo[7]! ¡Esos mitos que solo han servido para mantener a los hombres en la ignorancia, la humillación y la opresión!
Al parecer estamos a punto de alumbrar un mundo mejor: una suerte de “cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia”[8], pero sin Dios. La vieja utopía de algunos. Hemos desterrado a Dios de su Creación y le hemos arrebatado su trono y su gloria ─o eso creemos[9]─. Más nos valdría volver a las sendas antiguas[10] de la adoración a nuestro Creador[11], del arrepentimiento[12], de la búsqueda de la voluntad divina (que es buena, agradable y perfecta[13]), de su misericordia, su perdón[14] y su ayuda[15]. Sobre todo, porque, como el hijo pródigo[16], no solo obtendríamos el perdón del Padre, sino el pleno reconocimiento como hijos y herederos suyos por la fe en Jesucristo[17].
Los juicios de Dios ─según enseña la Biblia─tienen como propósito hacer que el ser humano se arrepienta de su soberbia, reconozca a su Creador y se humille delante Él[18], aceptando esa reconciliación que nos ofrece en virtud del sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario hace más de dos mil años[19].
De nada vale albergar falsas esperanzas acerca de una sociedad mejor, de seres humanos mejores o de un planeta liberado de los males a los que lo hemos sometido, aparte de Cristo[20]. No estoy diciendo que la crisis del coronavirus no vaya a pasar ─aunque el virus permanezca con nosotros, como ha ocurrido en otras ocasiones y con otras enfermedades en la historia─, pero no será por la sabiduría, la bondad, el poder o la fortaleza del hombre, sino por la misericordia de Dios.
Hay un plazo establecido, y solo conocido por Dios, para que el hombre se arrepienta; mientras tanto, como dice el profeta Isaías dirigiéndose al Señor: “Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia, [aunque] se mostrará piedad al malvado, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová. Jehová, tu mano está alzada, pero ellos no ven; verán al fin, y se avergonzarán los que envidian a tu pueblo; y a tus enemigos fuego los consumirá” (Isaías 26:11). ¿Puede la Biblia hablar más claro?
[1] Salmo 2:10-12
[2] Romanos 1:18-22
[3] Isaías 55:6-13
[4] Jl. 1:4; 2:25
[5] Joel 1:4-5; 2:25
[6] Gálatas 4:6; 2 Corintios 5:17-21
[7] Juan 1:9-14
[8] 2 Pedro 3:13
[9] Salmo 2:4
[10] Jeremías 6:16
[11] Romanos 1:18-32)
[12] Ezequiel 18:32; 33:11; Marcos 1:14-15; Lucas 13:1-5
[13]Romanos 12:2
[14] Isaías 55:7
[15] Salmo 107
[16] Lucas 15:18-24
[17]Juan 1:11-13; Romanos 8:15-17
[18] Apocalipsis 9:20-21
[19] 2 Corintios 5:19
[20] Romanos 8:19-23