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Andrés Birch: «¿Quién será el anticristo?»

«Este es [el] anticristo, el que niega al Padre y al Hijo» (1 Jn. 2:22b).

Desde que llegué a conocer las llamadas ‘doctrinas de la gracia’, y la exposición de ellas en esos grandes documentos históricos, la Confesión de Fe de Westminster y su ‘hermana’ la Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689, me ha dolido un poco el no haber podido convencerme de lo que dicen ambas confesiones con respecto al tema del anticristo: «No puede el Papa de Roma ser cabeza de [la Iglesia] en ningún sentido, sino que él es aquel Anticristo, aquel hombre de pecado e hijo de perdición, que se ensalza en la Iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama Dios, a quien el Señor destruirá con el resplandor de su venida» (La Confesión Bautista de Fe, 26, 4; cp. La Confesión de Fe de Westminster, 25, 6).

¿Por qué, ante la excelencia teológica y lingüística de dichos documentos, y pese al gran respeto que me merecen tantos hermanos en la fe, pasados y presentes, me he resistido a ‘firmar’ la tesis de que el papado romano es el anticristo? La principal razón está resumida en el título de este artículo: ‘La negación del anticristo’, con el cual no me refiero (por supuesto) a ninguna negación del anticristo en el sentido de negar su existencia, etc., sino a la negación que hace el mismo anticristo, a aquello que niega el anticristo.

¿Cuál es esa ‘negación del anticristo’?; ¿qué niega él? A esto se podría responder de más de una sola manera, pero se puede resumir en dos negaciones, una más general y la otra más concreta: (1) «niega al Padre y al Hijo» (1 Jn. 2:22b); y (2) niega (o, para ser más literal, «no confiesa») «que Jesucristo ha venido en carne» (1 Jn. 4:2-3; 2 Jn. 7; cp. 1 Jn. 2:22a, 23a).

¿Qué significa esto? Significa una negación de nada menos que de la pieza central de la teología cristiana ortodoxa: la verdadera encarnación del Hijo de Dios, cuyo resultado fue (y es) una Cristología en la cual se han de afirmar con igual insistencia la verdadera deidad del Señor Jesucristo y su verdadera humanidad. Es decir, la negación del anticristo constituye un ataque frontal sobre el mismo corazón del mensaje del evangelio, por cuanto niega o la verdadera deidad del Señor (quien ‘vino en carne’ no era el Hijo de Dios), o su verdadera humanidad (el Hijo de Dios vino, pero no «en carne» de verdad), o ambas cosas. Esta es la negación del anticristo.

La teoría sobre el papado

¿Qué tal encaja el papado de Roma en esta descripción fundamental del anticristo? A primera vista, no muy bien. A pesar de la larga lista de errores, herejías, blasfemias, maniobras políticas, ‘irregularidades’ financieras, perversiones sexuales, intrigas y conspiraciones, y hasta asesinatos, etc., que sin duda han ensombrecido las páginas de la historia del papado, los papas de Roma no se han caracterizado por ninguna negación de la enseñanza cristiana ortodoxa sobre la persona de Cristo; no han negado ni la verdad de la encarnación del Hijo de Dios, ni la deidad o la humanidad del ‘Dios-hombre’. Si el anticristo es una persona, o una institución, que «no confiesa que Jesucristo [vino] en carne», el papado romano no parece ser el candidato más obvio para ese papel.

Pero el debate no termina ahí – ¡no espero refutar con una observación tan simple una convicción teológica que viene respaldada por todo un ‘ejército’ de reformadores, ‘puritanos’, y la mayoría de los teólogos reformados más brillantes, pasados y presentes! ¡Están más que preparados con su respuesta!: el papado, dicen, solo parece haber confesado que el Hijo de Dios vino en carne, pero con sus hechos lo ha negado, y lo sigue negando; la negación del anticristo, dicen, no es explícita y manifiesta, sino implícita y engañosa – ¡detrás de la apariencia de ortodoxia se esconde una realidad anticristiana! Hay que reconocer la innegable fuerza de este argumento: hace la negación del anticristo más sutil, y más peligrosa, y por lo tanto muy creíble.

Las palabras griegas clave

Pero ¿tienen razón? La tesis básica de este artículo es que las palabras griegas clave en este debate no apoyan la interpretación bíblica que ‘la teoría papal’ requiere.

Las palabras clave en los textos juaninos sobre el anticristo son los dos verbos (de significados opuestos) ‘confesar’ y ‘negar’ (1 Jn. 2:22-23; 4:2-3; 2 Jn. 7). El verbo griego traducido ‘confesar’ (‘homologeo’) aparece unas veinticuatro veces en el texto original del Nuevo Testamento, y su significado literal y básico es: ‘decir lo mismo’, ‘decir juntos’, ‘estar de acuerdo’, etc. El verbo para ‘negar’ (‘arneomai’) se encuentra unas treinta y una veces, y, aunque su derivación es menos segura, el significado básico parece ser: ‘decir no’, ‘desmentir’, ‘negar’, etc.

Ahora, lo importante para el tema que nos ocupa es que ambos verbos se usan en el Nuevo Testamento casi exclusivamente para aquello que se confiesa o se niega abierta y públicamente.

La palabra para ‘confesar’ se usa: (1) de la declaración (pública, en el día del juicio) por parte del Señor Jesucristo, de no haber conocido nunca a los «hacedores de maldad» (Mt. 7:23); (2) de aquellos que confiesan al Señor «delante de los hombres» (Mt. 10:32; Lc. 12:8); (3) de la confesión (pública, «delante de [su] Padre») por parte del Señor, de los que son suyos (Mt. 10:32; Lc. 12:8); (4) de la promesa (pública) de Herodes a la hija de Herodías (Mt. 14:7); (5) de la confesión (pública) de Juan el Bautista de que él no era el Cristo (Jn. 1:20); (6) de la confesión (abierta) de que Jesús era el Mesías (Jn. 9:22), y (7) del miedo de algunos de hacer tal confesión (Jn. 12:42); (8) de la confesión (abierta) de los fariseos de su creencia en la resurrección, y en ángeles y espíritus (Hch. 23:8); (9) de la confesión (pública) de Pablo en su comparecencia ante Félix (Hch. 24:14); (10) de la confesión (abierta) con la boca, necesaria para la salvación (Ro. 10:9 y 10); (11) de la profesión (pública) que hizo Timoteo «delante de muchos testigos» (1 Ti. 6:12); (12) de la profesión (hueca, pero abierta) de algunos cretenses (Tit. 1:16); (13) de la confesión (abierta) de los héroes de la fe de antes de Cristo (He. 11:13); (14) de «labios que confiesan su nombre» (He. 13:15); (15) de la confesión de pecados por parte del creyente (1 Jn. 1:9); y (16) de la confesión que Jesús es el Hijo de Dios» (1 Jn. 4:15). Estos son todos los textos excepto aquellos (que ya hemos citado) que hacen referencia al anticristo.

Conclusión: con la única excepción clara del caso de la confesión de pecados (un caso bastante distinto del tema de este artículo), los escritores del Nuevo Testamento usan el verbo griego en cuestión de manera bastante uniforme para una confesión clara, abierta y pública, y sobre todo cuando se trata de la confesión de las creencias de uno.

De los textos citados, el único que podría parecer prestar algo de apoyo a la teoría de que el anticristo es el papado es Tito 1:16: «Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan…» Este texto se podría parafrasear y aplicar a dicha teoría: ‘El papado romano profesa confesar que Jesucristo vino en carne, pero con los hechos lo niega.’

A primera vista, parece un argumento bastante bueno. Sin embargo, en contra de este uso del texto en cuestión están las siguientes consideraciones: (1) De las veinticuatro veces que aparece el verbo griego para ‘confesar’, esta sería la única que se prestaría a tal ‘servicio’ teológico; (2) Lejos de ser parecidas al anticristo, las personas a las que se refiere el apóstol Pablo en Tito 1:16 son simplemente personas que dicen ser creyentes, pero que demuestran por sus hechos que no lo son – como millones de personas, pasadas y presentes; (3) No hay motivos en el contexto para dudar de la sinceridad de la profesión de dichas personas – es perfectamente posible (incluso probable) que creyesen lo que profesaban: «conocer a Dios»; y (4) Si las personas de Tito 1:16 son las mismas que en los versículos del 10 al 15, se trata o bien de maestros judíos o de judaizantes, los cuales no ocultaban sus opiniones (heterodoxas). Por lo tanto, Tito 1:16 no es un (único) ejemplo en el Nuevo Testamento del uso del verbo griego ‘homologeo’ para significar otra cosa distinta de ‘confesar algo abierta y públicamente’.

En cuanto al otro verbo, el que se traduce ‘negar’, se puede decir a modo de resumen, y para ahorrar espacio, que es el equivalente exacto de lo contrario de la palabra ‘confesar’ – o sea, que significa ‘no confesar’, también en el sentido abierto y público. Incluye: (1) la negación del Señor «delante de los hombres» (Mt. 10:33, y paralelos; cp. 2 Ti. 2:12); (2) la negación, delante del Padre, por parte del Señor, de aquellos que le han negado a él (Mt. 10:33; cp. 2 Ti. 2:12); (3) la triple negación de Pedro (Mt. 26:70, 72; y paralelos); (4) la negación del Señor por parte de los judíos «delante de Pilato» (Hch. 3:13 y 14); (5) la negación por parte de Moisés de llamarse hijo de la hija de Faraón (He. 11:24); (6) la negación del Señor por parte de los falsos maestros (2 P. 2:1; cp. Jud. 4); y (7) la negación del anticristo (1 Jn. 2:22 y 23).

Lo que intento demostrar con todo esto es simplemente que la interpretación de la negación del anticristo que dice que el papado romano parece confesar pero en realidad niega que Jesucristo vino en carne no encaja en el uso que hacen los escritores del Nuevo Testamento de los verbos griegos para ‘confesar’ y ‘negar’. La interpretación más natural de las palabras griegas en cuestión, a la luz de todos los pasajes donde aparecen esas palabras, es que la negación por parte del anticristo de la persona de Cristo es una negación, no sutil y solo implícita, sino clara, abierta y pública. El anticristo niega – abiertamente – que el Hijo de Dios vino en carne; o sea, niega – abiertamente – las implicaciones de la doctrina cristiana ortodoxa de la encarnación: o bien la verdadera deidad del Señor Jesucristo, o su verdadera humanidad, o ambas cosas.

Los anticristos del primer siglo

Además, creo que esta interpretación queda respaldada por el trasfondo de las cartas (canónicas) del apóstol Juan. Ya en la segunda mitad del primer siglo empezaban a aparecer las semillas de lo que más tarde, en el siglo segundo, sería conocido como el gnosticismo. Simplificando bastante, resumiría dicho ‘movimiento’ como una manifestación (no la única) de la distorsión del evangelio cristiano por la influencia de ciertos rasgos de la filosofía griega, y concretamente del dualismo que, en contraste con el monismo, postulaba dos principios fundamentales que regían el universo, antagónicos entre sí, que, cuando impuestos sobre el cristianismo, resultaban en dos seres divinos, y en una distinción radical entre lo físico y lo espiritual, y entre el cuerpo y el alma. Una de las manifestaciones tempranas de estas tendencias ‘protognósticas’ era el docetismo: la idea de que, ya que lo físico es de por sí malo, el Señor Jesucristo no podía tener un verdadero cuerpo humano, y por lo tanto solo parecía (el término ‘docetismo’ viene del verbo griego para ‘parecer’: ‘dokeo’) ser un ser humano de verdad – o sea, se trata de una reducción de la encarnación a una ‘teofanía’ como las que hubo ‘antes de Cristo’. Pues, la mayoría de los eruditos creen que era contra este tipo de tendencias heterodoxas que el apóstol Juan dirigía buena parte de sus advertencias – de ahí el énfasis del apóstol en la realidad de la encarnación como piedra de toque del verdadero cristianismo.

Pero, a la luz de dicho trasfondo, se llega a la conclusión de que los anticristos que ya había en aquel entonces no eran herejes disfrazados de ortodoxos, sino herejes vestidos como tales – por ejemplo, los docetitas no intentaban ocultar lo que creían; lo manifestaban abiertamente. Es más, los anticristos en cuestión habían salido de las iglesias apostólicas, y su carácter heterodoxo se había manifestado (cp. 1 Jn. 2:18 y 19). De la misma manera, cuando el apóstol Juan vuelve a hablar sobre el tema del anticristo (2 Jn. 7), parece caracterizar al anticristo como alguien «que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo» (2 Jn. 9).

Conclusiones

Tengo cinco:

  • En la Biblia se habla del anticristo explícitamente solo en 1.ª de Juan y en 2.ª de Juan; y parece un sano principio hermenéutico empezar por esas referencias explícitas, e ir desde estas a las referencias implícitas (2 Ts. 2; Ap. 13; etc.).
  • El apóstol Juan habla de «muchos anticristos» (1 Jn. 2:18), de «el anticristo» (1 Jn. 2:22; 2 Jn. 7 – en ambos textos está el artículo definido), y de «el espíritu del anticristo» (1 Jn. 4:1-3). Cualesquiera que puedan ser las diferencias de matiz entre una frase y otra, parece razonable suponer que existe entre ellas una estrecha relación. Cualquier teoría sobre el anticristo que no refleje esa estrecha relación, parecerá poco convincente.
  • Todas las referencias juaninas al anticristo están en el tiempo presente, y reflejan un peligro ya presente en el primer siglo de la era cristiana. Cualquier teoría sobre el anticristo que no haga la conexión entre los anticristos del primer siglo y cualquier anticristo posterior, será, como mínimo, sospechosa.
  • Tanto el trasfondo de los escritos de Juan como las palabras que usa este (sobre todo, las palabras ‘confesar’ y ‘negar’), apuntan a unos anticristos abiertamente heterodoxos sobre la doctrina de la encarnación del Hijo de Dios.
  • A la luz de las cuatro primeras conclusiones, el papado romano no parece ser el candidato más obvio para ser el anticristo.

Andrés Birch pastorea la iglesia bautista reformada de Mallorca.

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