
La tercera muralla se derrumbará por sí misma, cuando caigan las dos primeras, puesto que cuando el Papa obra en contra de las Escrituras, estamos obligados a acudir en ayuda de ellas, a vituperarlo y a compelerlo de acuerdo con las palabras de Cristo: «Si tu hermano pecase contra ti, ve y redargúyelo entre ti y él solo. Mas si no te oyere, toma aun contigo uno o dos. Y si no oyere a ellos, dilo a la iglesia. Y si no oyere a la iglesia, tenlo por pagano» (Mateo 18:15-17).
Aquí se le manda a cada miembro preocuparse por el otro. Tanto más debemos colaborar, cuando obra mal un miembro que gobierna a la comunidad, el cual por su proceder origina mucho daño y escándalo a los demás. Pero para acusarlo ante la comunidad, por fuerza tengo que reuniría.
No tienen tampoco fundamento en las Escrituras para la pretensión de que sólo al Papa le corresponde convocar o aprobar un concilio, sino únicamente en sus propias leyes, las cuales sólo tienen validez en cuanto no perjudiquen a la cristiandad ni a los mandamientos de Dios. Cuando el Papa sea vituperable, tales leyes dejarán de valer, porque es pernicioso para la cristiandad no censurarlo mediante un concilio.
Así leemos que no fue San Pedro, sino todos los apóstoles y los ancianos quienes convocaron el concilio de los apóstoles. Si esto le hubiese correspondido solamente a San Pedro, no habría sido un concilio cristiano, sino un conciliábulo herético. Y el celebérrimo Concilio de Nicea (325 d.C.) no lo convocó ni lo confirmó el obispo de Roma, sino el emperador Constantino. Y después de él, muchos otros emperadores hicieron lo mismo. No obstante fueron concilios muy cristianos. Pero si el Papa sólo tuviese la autoridad, todos forzosamente habrían sido heréticos.
Además cuando miro los concilios organizados por el Papa, no encuentro que se haya realizado nada de extraordinario.
Por esto, cuando la necesidad lo exija y el Papa resulte escandaloso para la cristiandad, ha de colaborar quien mejor pueda, como miembro fiel de todo el cuerpo, para que se realice un verdadero concilio libre. Nadie puede hacer eso tan bien como la espada secular, sobre todo porque ahora son también cristianos, sacerdotes, espirituales y competentes en todas las cosas. Deben ejercer libremente su función y su obra que tienen de Dios sobre todo el mundo, allí donde sea menester y útil desempeñarlas. ¿No sería una conducta antinatural, si en una ciudad se produjese un incendio y todos quedasen inactivos y permitiesen que se siguiera quemando lo que se quiera quemar, por la sola razón de no tener la autoridad del burgomaestre, o porque, quizás, el fuego se hubiese declarado en la casa del mismo? En este caso, ¿no está obligado todo ciudadano a movilizar y a llamar a los demás? Con más razón debe hacerlo en la ciudad espiritual de Cristo, al producirse un incendio de escándalo, ya sea en el régimen del Papa o dondequiera. Otro tanto acontece cuando los enemigos atacan por sorpresa a una ciudad. Ahí merece honra y gratitud el que primero movilice a los demás. ¿Por qué no merecería honra el que denunciara a los enemigos infernales y despertara y llamara a los cristianos?
Es charlatanería que ellos se vanaglorien de su autoridad a la cual uno no debe oponerse. Nadie en la cristiandad tiene autoridad para hacer daño o para prohibir que se impida el perjuicio. No hay poder en la iglesia, sino para la edificación. Por tanto, cuando el Papa usara de la potestad para oponerse a la organización de un concilio libre con el fin de impedir la edificación de la iglesia, no debemos respetarlo a él ni a su poder. Y si excomulgara y tronara, deberíamos desdeñar esto como el proceder de un hombre loco y, confiando en Dios, excomulgarlo y acorralarlo por nuestra parte tanto como se pueda, pues semejante poder temerario no es nada. No lo posee tampoco y pronto será vencido por un pasaje de las Escrituras, puesto que Pablo dice a los corintios: «Dios nos ha dado potestad, no para destrucción, sino para la edificación del cuerpo» (2 Corintios 10:8). ¿Quién puede pasar por alto este versículo? Es la potestad del diablo y del anticristo la que se opone a lo que sirve a la cristiandad para su corrección. En consecuencia, no debemos acatarla, sino oponérnosle con cuerpo y bienes y con todo cuanto podamos.
Aun cuando se produjera un milagro en favor del Papa y en contra del poder secular o alguien sufriese un mal, como ellos se vanaglorian que haya sucedido, debemos considerarlo como originado por el diablo a causa de nuestra falta de fe en Dios, como Cristo lo anuncia: «Se levantarán en mi nombre falsos Cristos y falsos profetas y darán señales y prodigios, de tal manera que engañarán aun a los escogidos» (Mateo 24:23). Y San Pablo afirma a los tesalonicenses que el anticristo tendrá potestad por Satanás en falsos prodigios (2 Tesalonicenses 2:9).
Por lo tanto retengamos esto: que la potestad cristiana no puede hacer nada contra Cristo; como dice San Pablo: «Porque ninguna cosa podemos contra Cristo, sino para Cristo» (2 Corintios 13:8). Pero si la potestad hace algo contra Cristo, entonces es con el poder del anticristo y del diablo. Aunque lloviese y granizase prodigios y plagas, nada comprueban, sobre todo en este último y peor tiempo, para el cual se han anunciado falsos prodigios en todas las Escrituras. Por eso, debemos atenernos a la Palabra de Dios con firme fe. De este modo el diablo ya dejará de hacer prodigios.
Espero que con esto quedará anulado el falso y mentiroso terror con el cual los romanos llenaron durante mucho tiempo nuestras conciencias de timidez y temor. Junto con todos nosotros están igualmente sujetos a la espada. No tienen poder de interpretar las Escrituras por mera violencia y sin conocimientos. No tienen potestad de oponerse a un concilio o según su petulancia gravarlo, forzarlo y quitarle la libertad. Y si lo hacen, son verdaderamente de la comunidad del anticristo y del diablo. Con Cristo no tienen nada en común, sino el nombre.
Martín Lutero (1483-1546)
A la nobleza cristiana de la nación alemana (1520)
La tercera muralla del Catolicismo Romano
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