
Por la distinción anterior, tenemos necesariamente que considerar el gran secreto del consejo de Dios; pues la semilla de la Palabra de Dios echa raíces y fructifica únicamente en aquellos que el Señor, por su eterna elección, ha predestinado a ser sus hijos y los herederos del Reino celestial.
Para todos los demás, que, por el mismo consejo de Dios, antes de la constitución del mundo, han sido reprobados, la clara y evidente predicación de la verdad no puede ser sino un olor de muerte que conduce a la muerte.
Ahora bien, la razón de que el Señor sea misericordioso con unos y ejerza el rigor de su juicio contra los otros, sólo Él la conoce, ya que ha querido ocultarla a todos, y esto por muy justos motivos. Pues ni la dureza de nuestro espíritu podría soportar tan gran claridad, ni nuestra pequeñez podría comprender tan gran sabiduría.
De hecho, todos los que pretenden llegar hasta allí, y no quieran reprimir la temeridad de su espíritu, experimentarán la verdad de lo que dice Salomón: quien pretenda investigar la Majestad de Dios, será aplastado por su gloria.
Nos basta pensar en nuestro interior que esta dispensaci6n del Señor, aunque oculta a nosotros, es sin embargo santa y justa. Pues si Dios quisiera perder a todo el género humano, tendría derecho a hacerlo. Y en los que aparta de la perdición, sólo podemos admirar su soberana bondad.
Reconozcamos, pues, que los elegidos son los vasos de su misericordia -y bien está que así sea- y que los reprobados son los vasos de su cólera, la cual es, no obstante, justa. De los unos y de los otros tomemos ocasion y argumento para exaltar su gloria.
Por lo demás no pretendamos -como sucede a muchos-, para confirmar la certeza de nuestra salvación, penetrar en el cielo y averiguar lo que Dios, desde su eternidad, ha decidido hacer de nosotros, pues esta indagación no servirá sino para agitarnos angustiosamente y perturbamos miserablemente. Contentémonos, por el contrario, con el testimonio por medio del cual Él nos ha confirmado suficiente y ampliamente esta certeza. Pues ya que en Cristo son elegidos todos los que han sido preordinados a la vida, aun antes de haber sido establecidos los fundamentos del mundo, en Cristo también nos ha sido presentada la prenda de nuestra elección, si es que la recibimos y le abrazamos por la fe.
¿Y qué buscamos en la elección sino ser partícipes de la vida eterna? Y nosotros tenemos esta vida en Cristo, que era la vida desde el comienzo y que nos es propuesto como vida para que todos los que creen en Él no perezcan sino que tengan vida eterna .
Si, pues, poseyendo a Cristo por la fe, poseemos también la vida en Él, no tenemos por qué investigar por más tiempo el consejo eterno de Dios;’ pues Cristo no es tan solo un espejo en el que nos es presentada la voluntad de Dios, sino una prenda por la que esa voluntad de Dios nos es sellada y confirmada.
Juan Calvino
Breve instrucción cristiana – Tercera parte: De la fe
2.- De la elección y de la predestinación
