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Los legalistas son envidiosos porque son egocéntricos

El legalista es, por definición, una persona envidiosa. En la parábola del hijo pródigo, el hermano mayor tenía el corazón subordinado a la envidia. No quería que su padre se deleitara en la vuelta de su hermano menor. Aquel día, su hermanito le hizo sombra y por eso se molestó tanto.

Seguramente iba juzgando las intenciones del corazón del pródigo (el pasatiempo preferido de los envidiosos): “Es que ha vuelto para pedir más dinero”, “Ha regresado para quitar mi puesto”, “Está aquí porque tendrá algún propósito perverso, seguro”, etc. Se sintió amenazado por la presencia de su hermano.

El legalista, teniendo un corazón envidioso y siempre queriendo ser el centro de atención, piensa que todos los demás son como él. Si alguien brilla más que él, el legalista se enfurece. Sí, sabe sonreír en público manteniendo las formas como buen evangélico pero ruge en privado, maldiciendo a su hermanito tachándole de todo: buscapuestos, interesado, manipulador.

Caín era el primer legalista. Se llenó de envidia porque su hermanito, Abel, resplandeció más que él. Curiosamente, no estaba en el corazón de Abel ser más que su hermano. Tampoco estaba el corazón de José ser más que los suyos. Pero en ambos casos, tanto Caín como los hermanos de José se deshicieron de sus respectivos hermanos por pura envidia. En vez de alegarse en la gracia que Dios había derramado sobre Abel y José, se volvieron locos en su cólera. No querían ocupar el segundo punto.

¿Y acaso no sucedió lo mismo con nuestro Salvador? Los dirigentes judíos no soportaban ver cómo las multitudes le seguían. Podrían haberse regocijado en las enseñanzas y los hechos de Cristo; pero no. ¡No podían! ¿Por qué no? Porque Cristo les hizo sombra.

Y estoy seguro de que habrán acusado a nuestro Señor de buscar fama, desear la gloria de los hombres, querer ser una estrella evangélica. Pero en realidad, sus críticas reflejaban los anhelos de sus propias almas tan egocéntricas. Cristo no tenía ningún interés en recibir los aplausos del hombre porque predicó verdades bien duras sabiendo que le iban a costar la vida. El Salvador habló abiertamente sobre un sinfín de temas los pastores que aspiran a ser populares nunca mencionan: el arrepentimiento, el infierno, la ira de Dios, el juicio venidero, el pecado.

En resumen, el legalista no sabe lo que es gozarse con los que se gozan porque cada vez que otro hermano experimenta una bendición en esta vida, es una bendición que el envidioso no recibe.

¡Qué triste! ¿Por qué no entiende el hermano mayor que la exaltación del hijo pródigo es una causa de gran alegría? ¿Cómo es que Caín, los hijos de Jacob y los dirigentes judíos no dieron las gracias a Dios por haber levantado a Abel, José y a Cristo? ¡Porque tenían corazones legalistas plagados de envidia!

Puesto que el legalista vive un cristianismo centrado en su ego, siempre siembra desánimo y malestar. Todo es negativo. No sabe lo que es bailar ni reír delante del Señor. No sonríe ni deja sonreír. Sin embargo, el cristiano apasionado por el evangelio disfruta de un banquete perpetuo. Y cuando sus hermanos son bendecidos públicamente, ¡canta para la gloria de Dios agradeciéndole por haber exaltado un miembro del cuerpo de Cristo! ¡El cristiano verdadero comprende que la exaltación de un miembro es la exaltación de todos!

Dios nos dé el corazón de un creyente verdadero, enfocado en la gloria de Dios y el bienestar de su iglesia. Y qué nos libre de esta actitud nociva y sofocante del legalismo envidioso que divide iglesias, destruye a los hermanos y, en última instancia, crucifica al Rey de gloria.

Pastor Will Graham

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