
No hay medicina para tu quebradura; tu herida es incurable; todos los que oigan tu fama batirán las manos sobre ti, porque ¿sobre quién no pasó continuamente tu maldad? (Nahum 3:19).
¡Qué terrible me resulta leer estas palabras! Es una dura declaración la tuya, Dios mío, dirigida por medio de tu siervo a la ciudad de Nínive. Sabiendo que eres un Dios de gran misericordia y lento para la ira, (1:3) y que ya perdonaste a esta ciudad en otras ocasiones (Jonás 3:10); ahora parece que sentencias de forma definitiva. Esto me vuelve a confirmar cuan grave es el pecado y rebeldía del ser humano, cuán serio y terrible es rechazar tu misericordia y hacer oídos sordos a tu voz. Las consecuencias finales serán terribles y sin vuelta atrás.
Me duele hoy saber que gente a mi alrededor no tengan cura para la herida de su alma, que no sepan o no quieran encontrarla a pesar de la constante oferta de tu Hijo como médico de ella (Mt. 9:12-13), y que no quieran oír su voz invitándoles a venir a él para ser sanados (Mt. 11:28) con sus propias heridas y muerte (Is. 52:5).
Pero me duele más aun, saber que llegará el día en el que ya no habrá remedio para su herida, para su pecado, y que, aunque clamen, (Luc. 16:24s) ya no les oirás, porque ya firmaste su sentencia (Mt. 8:12).
Dios mío, ayúdame a ofrecer la cura para sus heridas, que es el ungüento de tu Hijo ahora que hay tiempo.
Pastor Luis Cano