
Porque yo Yahveh no cambio; por eso, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos (Malaquías 3:6).
En esta mañana tu palabra me hace meditar en este atributo tuyo que es la inmutabilidad.
Tengo que reconocer que no he dedicado mucho tiempo a entender lo maravilloso de esta característica tuya y de cómo me beneficia.
Al contrario de mí, que soy inestable, tú eres siempre el mismo en carácter, hechos y palabras. A mí todo me afecta, lo que ocurre a mi alrededor afecta a mi ánimo y humor. No soy el mismo de hace unos años ni lo seré en otros cuantos. Mis gustos y deseos se modifican por la influencia de otros o de las circunstancias. Estoy convencido de algo y al poco tiempo descubro que estaba equivocado, y tengo que corregirme a mí mismo, el amor-odio, placer-malestar por ciertas cosas en mí tiene una línea tan fina, que me cuesta confiar en mí mismo.
Pero, eres el mismo ayer (o hace miles de años) y hoy. Eres el mismo en tus promesas de hace cuatro mil años, a las que me haces hoy por tu palabra. Lo que aborrecías antes, lo aborreces hoy; y lo que amabas y te agradaba ayer, lo amas y quieres hoy.
Puedo venir a ti confiado, pues prometiste sostenerme hace cuarenta años y por tanto no dejarás que nada me consuma.