
La Iglesia, extendida por el orbe del universo hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios Padre Soberano universal «que hizo los cielos y la tierra y el mar y todo cuanto hay en ellos» (Ex 20:11; Sal 145:6; Hech 4:24; 14:15), y en un solo Jesucristo Hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación (Jn 1:14), y en el Espíritu Santo, que por los profetas proclamó las economías y el advenimiento, la generación por medio de la Virgen, la pasión y la resurrección de entre los muertos y la asunción a los cielos (Lc 9:51) del amado (Ef 1:6) Jesucristo nuestro Señor; y su advenimiento de los cielos en la gloria del Padre (Mt 16:27) para recapitular todas las cosas (Ef 1;10) y para resucitar toda carne del género humano; de modo que ante Jesucristo nuestro Señor y Dios y Salvador y rey, según el beneplácito (Ef 1:9) del Padre invisible (Col 1:15) «toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua lo confiese» (Fil 2:10-11).
Él juzgará a todos justamente (Rom 2:5), los «espíritus del mal» (Ef 6:12) y los ángeles que cayeron y a los hombres apóstatas, impíos, injustos y blasfemos, para enviarlos al fuego eterno (Mt 18:8; 25:41), y para dar como premio a los justos y santos (Tit 1:8) que observan sus mandatos (Jn 14:15) y perseveran en su amor (Jn 15:10), unos desde el principio (Jn 15:27), otros desde el momento de su conversión, para la vida incorruptible, y rodearlos de la luz eterna (2 Tim 2:10; 1 Pe 5:10).
Ireneo (130-202) – Contra las herejías 1.10.1
