TARDE
“En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet” (Lucas 1:39-40).
Creo que María estuvo pasando por un momento agridulce.
Agrio porque ¿a quién podía contar todo lo que tu ángel, Gabriel, le había dicho? ¿Quién la creería? ¿No se pondrían todas las damas del pueblo a hablar mal de ella?
Dulce porque tu siervo angelical, a posta, le reveló a la doncella que habías tocado el vientre de Elisabet también. María, pues, tenía con quién compartir las buenas noticias. Sabía que la anciana confiaría en su informe. Estaba segura de que ella no la difamaría.
Con razón emprendió el viaje de 130 kilómetros (entre Nazaret y Hebrón) tan “de prisa”. Necesitaba desahogarse y, al mismo tiempo, tenía ganas de regocijarse con su pariente embarazada.
Qué hermosa es la familia de la fe que me has regalado por pura ternura, Señor. El mundo cree que estoy loco; pero cuando estoy con los tuyos, sé que me entienden porque ellos también están embarazados de tu luz y tu vida.
Gloria a ti por darme compañeros en la fe.
Pastor Will Graham – Almería