
Los Cristianos no somos libres porque vivimos en los sistemas políticos correctos, porque los que nos gobiernan son justos o porque nacimos a las condiciones favorables para nuestro bien económico. De hecho, si esta fuera nuestra libertad, entonces seríamos esclavos como el resto del mundo: dependientes de los hombres y sus sistemas para ser felices.
Pablo antes de ser apóstol, en su vida como enemigo de la Iglesia, gozaba de todo lo que el hombre natural considera riqueza: la mejor educación a los pies del rabino Gamaliel, ciudadanía romana, reputación intachable entre la clase gobernante de su pueblo, y poder político, tanto que tenía el poder de la vida y de la muerte de los cristianos que con sus manos arrastraba a las cortes.
Pero ay de Pablo, que en camino a Damasco, ¡luz resplandeció en las tinieblas!, y con ello aquel gran hombre fue reducido al suelo. Su fama, su poder, sus amigos, su posición, todo perdido, aún su ciudadanía romana vendría a ser causa de su muerte bajo el gran emperador Nerón. De hecho, ya mayor y esperando su última sentencia desde su prisión en Roma, aquel «apóstol de los gentiles» (un apodo en forma de crítica a Pablo por parte de sus detractores que él, de buena gana, abrazaría con honra), le escribe a aquella pequeña pero fiel iglesia en Filipos: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo» (Filipenses 3:7-8).
Los Cristianos somos libres porque Cristo nos ha hecho libres, de Él hemos recibido la promesa de una herencia eterna que ninguna fuerza humana, o de otra índole, puede robar.
En Cristo estamos satisfechos, sea en tiempo de abundancia o de escasez, en momentos de salud o de enfermedad, en entornos sociopolíticos favorables a nuestra fe o completamente hostil. Nuestra paz está en Él: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (S. Juan 14:27).
Pastor Joshua Enior Jiménez