“Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1:46-47).
Te engrandezco mi Señor, mi Salvador.
Si has enviado a tus siervos Gabriel y Elisabet a mi vida; si dices que soy muy favorecido, bendito y que tu presencia me acompaña; si has querido que tu Hijo more en mí por medio del Espíritu; y si me has dado la seguridad de que todo lo que has prometido en tu Palabra se cumplirá, ¿cómo no voy a alabarte con todo mi ser?
Observo aquí que tu hija, María, era tan pecadora como yo. Ella también se regocijaba en Dios “mi Salvador”. Tuvo que utilizar el pronombre posesivo al hablar de tu salvación.
¿Qué necesidad tendría una mujer inmaculada del Salvador? ¡Ninguna! Pero así tu Palabra me recuerda que tu hija era de la raza caída de Adán. Y fue tu gracia la que la salvó y la convirtió en una sierva de tu gloria.
Te adoro y me regocijo en ti porque además de crearme, soberano Señor, me diste la salvación en tu Hijo. Creado por ti y redimido por ti. ¡Increíble!
Gracias, Señor. Gracias, mi Salvador.
Pastor Will Graham – Almería