“He aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor” (Lucas 2:25-26).
Simeón. Otro varón desconocido. ¿Quién era?
No sé prácticamente nada acerca de él pero a través de personas insignificantes como Simeón, los pastores, José y María estabas llevando a cabo tu buena voluntad.
Le habías revelado a Simeón, ese varón justo (en su trato con los demás) y piadoso (en su relación contigo) que vería tu consolación, tu aurora, tu ungido, el Salvador. Es decir, durante el llamado ‘silencio profético’ entre Malaquías y Juan el Bautista, seguías hablando.
Y hoy te doy las gracias porque me permitiste conocer a tu Hijo estando aquí yo en esta tierra. Puedo morir sabiendo que Cristo es mío. ¿Qué consuelo tendría si tuviera que salir de este mundo sin la luz de Cristo?
Y lo hiciste todo por medio del poder del Espíritu Santo. Él abrió mis ojos.
Gloria a ti por tu Hijo y por tu dulce Espíritu.
Pastor Will Graham – Almería