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Martín Rizley: Fatalismo, miedo y falsa enseñanza

Me preguntó por qué no hay más iglesias y pastores que levanten la voz en protesta contra la creciente ola de legislación en tantas partes del mundo cuyo objetivo es prohibir el cristianismo al prohibir la enseñanza pública sobre la sexualidad humana desde una perspectiva cristiana y bíblica.

¿Cuál es la causa de este silencio por parte de tantos líderes cristianos sobre un tema tan importante?

Creo que hay tres factores en juego aquí: el fatalismo, el miedo y las creencias falsas.

El fatalismo

Algunos líderes cristianos han caído en una especie de fatalismo con respecto al papel que corresponde a la iglesia en formar los valores culturales y las leyes de una nación. Estos líderes parecen haberse olvidado de la realidad de la “gracia común” que actúa en el mundo que nos rodea. (El término “gracia común” se refiere a la obra que Dios hace en el mundo para restringir el crecimiento desenfrenado del mal en la sociedad).

La gracia común actúa a través del testimonio fiel y vocal del pueblo de Dios a la verdad. Por medio de la gracia común, Dios impide en cierta medida que la corrupción se extienda, y al mismo tiempo, promueve el avance de la justicia en las costumbres del pueblo y las leyes del estado.

Lamentablemente, muchos líderes cristianos utilizan mal la verdad de la soberanía de Dios para justificar su silencio público en respuesta a los cambios dañinos que se están produciendo actualmente en la cultura y el sistema legal. Quizás debido en parte, a una visión inadecuada de la gracia común, se niegan a refutar públicamente con las Escrituras y con lo que Martín Lutero llamó “razones y argumentos claros y sencillos” las peligrosas mentiras que están siendo difundidas actualmente en la sociedad por el movimiento LGBTIQ.

Al mismo tiempo, se niegan a protestar contra leyes injustas. Su actitud parece ser: «No hay nada que podamos hacer para detener estos cambios más que orar».

Sin embargo, estos mismos líderes cristianos no se limitan a orar cuando se trata del asunto de las misiones y la evangelización. Entienden que Dios es soberano y puede salvar a quien Él quiere de toda raza, tribu, lengua y nación en la tierra; pero no responden a esa verdad diciendo: «No hay nada que podamos hacer para buscar la salvación de los hombres más que orar».

Al contrario, entienden que la soberanía de Dios es una cosa y la responsabilidad de la iglesia es otra. Entienden que Dios llama a la iglesia a la acción, no a la inacción, cuando se trata de llevar el evangelio a todas las naciones y hacer discípulos de todos los hombres.

En lo que respecta al trabajo de misiones, estos líderes denunciarían el fatalismo de aquel ministro que reprendió a William Carey por su deseo de llevar el evangelio a la India, diciéndole: “¡Joven, siéntese, siéntese! Usted es un entusiasta, pero cuando a Dios le complazca convertir a los paganos, Él sabrá hacerlo sin consultarle ni a usted, ni a mí.”

Esos ministros saben que tal actitud de fatalismo respecto a la salvación de los hombres es en sí misma fatal. Dios es soberano, pero le ha dado a la iglesia la responsabilidad de llevar el evangelio a las naciones.

Sin embargo, cuando se trata de la tarea de refutar las mentiras perversas que van transformando la cultura y la tarea de protestar contra las leyes perversas que amenazan la libertad religiosa, estos mismos ministros responden a los cristianos políticamente activos, algo así como aquel ministro que reprendió a Carey por su celo misionero, diciéndoles , en esencia, “¡Joven, siéntese, siéntese! Usted es un entusiasta, pero cuando a Dios le complazca derribar las mentiras del lobby LGBTQ y eliminar las leyes injustas basadas en esas mentiras para reemplazarlas por leyes justas, Él sabrá hacerlo sin consultarle ni a usted, ni a mí.”

A los líderes cristianos que piensan así, parece que les disgusta profundamente la participación de la iglesia en la «guerra cultural». Sin embargo, a mi parecer, promover la “inacción muda” en respuesta a cambios culturales y legales muy dañinos para la sociedad es, en esencia, abandonar el papel de liderazgo que la iglesia debería tener en la sociedad – un papel que Dios mismo le ha otorgado a su pueblo.

Claramente, en la Biblia, Dios llama a su pueblo, por medio de su testimonio a toda la verdad revelada por Dios, a ser moldeadores de la cultura y forjadores de las costumbres y las leyes de las naciones, y no meros seguidores del orden establecido.

En generaciones pasadas, los creyentes entendían este papel de liderazgo mejor que la generación actual de evangélicos, y por medio de su influencia en la sociedad, muchas costumbres crueles, normas culturales perversas, y leyes injustas fueron cambiadas. Como dice Wayne Grudem, en tiempos pasados: “La influencia cristiana llevó a la abolición de males como el aborto, el infanticidio, las contiendas de gladiadores, los sacrificios humanos, la poligamia, la quema viva de las viudas y la esclavitud, así como la concesión de derechos de propiedad, el derecho al voto y protecciones a las mujeres.”

Proverbios 29: 2 dice: “Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; pero cuando domina el impío, el pueblo gime.” La palabra hebrea traducida “dominan” significa literalmente «aumentan» pero el contexto indica que se trata de un aumento, no sólo en número, sino en influencia moral y autoridad de liderazgo.

Claramente, el pueblo de Dios debe “dominar” en la sociedad en el sentido de florecer a fin de brindar guía y liderazgo. La iglesia debe servir como sal en un mundo lleno de corrupción y luz en un mundo lleno de tinieblas – y eso, en todos los ámbitos de la vida, porque en las palabras de Abraham Kuyper: «No hay una pulgada cuadrada en todo el dominio de nuestra existencia humana sobre la cual Cristo, que es soberano sobre todo, no grite: ‘¡Mío!'»

A la luz de esta verdad, William Wilberforce, en virtud de su fe en Cristo y en reconocimiento del señorío de Cristo sobre todas las esferas del esfuerzo humano, se sintió obligado a protestar contra la inhumanidad y la injusticia de la trata de esclavos en Inglaterra. Lo hizo, hablando continuamente ante el Parlamento británico durante muchos años, hasta que finalmente fueron cambiadas las leyes y se abolió definitivamente la esclavitud en Gran Bretaña.

El avance del movimiento totalitario LGBTIQ, que por un lado busca adoctrinar a los jóvenes en una perspectiva pagana sobre la sexualidad y por otro lado procura proscribir el cristianismo bíblico, es uno de los temas centrales de nuestros días que debe unir a todos los líderes cristianos para que levanten la voz de forma unánime para protestar esta afrenta a la libertad religiosa.

Debe ocasionar una protesta vociferante y un debate vigoroso en la plaza pública y debe suscitar la oposición celosa de toda la comunidad cristiana.

En cambio, parece que en muchas partes del mundo evangélico, hay un silencio ensordecedor y una inacción muy pasiva en respuesta a este movimiento malvado. ¿Por qué es esto? Ciertamente, una actitud de fatalismo es una de las razones.

Miedo

Otra razón por este silencio por parte de líderes cristianos es el miedo. El director del Australian Christian Lobby (Lobby Cristiano Australiano), Martyn Iles, destaca este “factor miedo” en un video titulado “Fear, Future, and Conversion Therapy,” en el que habla de una ley horrible en el estado de Victoria, Australia, que aboliría la libertad religiosa.

Cuando se le pregunta por qué no hay más líderes cristianos en Victoria que se pronuncian en contra de esta ley atroz, Iles dice: “Es por miedo. Es simplemente miedo. Es el miedo al hombre. Es el miedo a perder popularidad. Es el miedo a ser incomprendido. Simplemente quisiera decirle a la gente de esta generación: “Sabes, no puedes manejar la reputación del evangelio mejor que Dios mismo la puede manejar. Si Dios ha declarado las cosas y las ha dicho claramente, y tú te niegas a hacer lo mismo, estás diciendo que puedes cuidar la reputación de Dios mejor que Dios mismo la puede cuidar. Tampoco puedes cuidar tu futuro mejor que Dios mismo lo puede cuidar… Este es el gran ejemplo de Daniel en un lugar como Babilonia. Confiaba en Dios para resolverlo todo. No le faltaba convicción. No le faltaba valor. No le faltaba la voluntad de hacer lo correcto. . . Estoy muy agradecido por los que han hablado. Debería haber un ejército. Debería haber un coro. Debería haber un coro que no se quede callado, porque no se puede criminalizar aspectos del evangelio. No se puede criminalizar el discipulado cristiano. No se puede criminalizar la disidencia. No se puede criminalizar las oraciones. El estado no tiene por qué hacer eso».

Falsa enseñanza

En tercer lugar, en algunas iglesias, hay enseñanza falsa sobre cómo la iglesia debería responder al movimiento LGBTIQ. Algunos líderes han abrazado, quizás sin darse cuenta, una visión esencialmente marxista de la sociedad. Ven la sociedad como dividida en «clases» sociales en las líneas de raza, religión, orientación sexual, identidad de género, etc. Y ven estas clases como atrapadas en una lucha interminable e egoísta por el privilegio y el poder.

Creen, por lo tanto, que para alcanzar el ideal utópico de perfecta igualdad en una sociedad sin clases y sin diferencias de estatus social o económico, los cristianos tienen que apoyar, como una cuestión de la “justicia social,” los objetivos del lobby LGBTQ. Piensan que los creyentes deberían abogar a favor de los “derechos de los homosexuales” tal y como estos derechos se comprenden desde una perspectiva atea, humanista y secular. Creen esto, porque han abrazado la mentira de que la iglesia a lo largo de 2000 años ha sido culpable del pecado de la “homofobia,” oprimiendo a los homosexuales, maltratándolos y negándoles la “justicia social” al negarles su derecho legítimo a contraer un matrimonio homosexual, su derecho a adoptar niños, y su derecho de ocupar un lugar en la iglesia de Jesucristo como “homosexuales declarados.”

Sin embargo, esta es una narrativa falsa y anti-bíblica, fabricada engañosamente por el lobby gay para intimidar a los cristianos e inculcar en ellos sentimientos de culpa excesivos y sin base.

Aunque no se puede negar que en ocasiones se han cometido injusticias contra los homosexuales por parte de quienes profesaban ser cristianos, eso no significa que la enseñanza cristiana y ortodoxa sobre la homosexualidad sea injusta en sí misma, tal y cómo la iglesia la ha sostenida durante dos mil años.

Los cristianos no han cometido ninguna injusticia contra los homosexuales al negarse a considerar las relaciones homoeróticas como moralmente correctas, sagradas o dignas de recibir el nombre, título y estatus legal del matrimonio.

No hay nada injusto en la perspectiva bíblica sobre la sexualidad humana, porque la visión bíblica del sexo y las relaciones sexuales – la convicción de que las relaciones sexuales deberían ser reservadas para el matrimonio, definido como la unión de un varón con una mujer – es una visión que corresponde a la realidad. Es una visión racional, sensata y justa.

Creer que el matrimonio legítimo tiene un carácter exclusivamente heterosexual es una creencia que concuerda con las necesidades de la sociedad, de los niños, y con los hechos objetivos del mundo natural tal como Dios lo ha diseñado, y ese diseño es auto-evidente a la luz de la revelación general percibida por la razón y el sentido común.

En consecuencia, la enseñanza cristiana ortodoxa sobre el sexo debe ser enseñada todavía, sin modificaciones, en el mundo moderno, proclamada desde los púlpitos y anunciada en la plaza pública. Tal enseñanza no puede ser criminalizada por ser «homofóbica»; más bien, la propaganda engañosa del movimiento LGBTIQ debe ser refutada por ser “cristofóbica”, dedicada a criminalizar el evangelio al prohibir la enseñanza de ciertos aspectos del evangelio en la plaza pública.

Los líderes cristianos no pueden permitir que este asalto a la libertad religiosa tenga éxito. Tienen que resistirlo. Tienen que hablar en contra de la meta nefasta del lobby LGBTIQ de criminalizar la predicación del evangelio, y tienen que hacerlo en nombre de la justicia, en nombre de la libertad religiosa y de expresión, y en nombre de la verdad.

Debemos rechazar la enseñanza falsa que dice que el mensaje cristiano sobre la sexualidad humana debe cambiarse si el cristianismo ha de seguir siendo legal en el siglo XXI. A esa exigencia debemos ofrecer una resistencia incesante, incluso si implica la pérdida de nuestros bienes terrenales, nuestros trabajos, nuestras familias y nuestra vida en el martirio, si alguna vez se nos exigiera ese sacrificio supremo.

El plan divino de Dios para el sexo, el matrimonio y la familia es inmutable, y es el único plan que glorifica a Dios al reflejar su naturaleza trina. Es el único plan que conduce al florecimiento humano y que salvaguarda la continuidad y la prosperidad futura de las naciones.

Por eso, la promoción de la anarquía sexual por parte del lobby “gay” bajo la rúbrica de “diversidad sexual” debe resistirse por ser extremadamente dañina para la sociedad. Los cristianos tampoco pueden estar de acuerdo en que las relaciones homoeróticas son iguales en carácter, dignidad o santidad a la relación de un hombre y una mujer en el pacto matrimonial, o que merecen tener el mismo estatus legal que tiene el matrimonio de un varón con una mujer.

Negar el carácter único e incomparable de la unión heterosexual en el matrimonio, no solo contradice la enseñanza bíblica, sino atenta contra la razón y el sentido común, también, porque es obvio que ninguna sociedad puede sobrevivir por mucho tiempo si no honra y distingue por sus leyes la unión entre hombres y mujeres en el matrimonio como la institución fundacional de la sociedad.

Si un líder cristiano afirma la legitimidad moral, la justicia o la santidad del llamado “matrimonio homosexual” abandona así la enseñanza apostólica y promueve la herejía en la iglesia.

Es para evitar convertirse en herejes, por lo tanto, que los maestros cristianos no deben cerrar la boca sobre este tema, sino más bien, deben hablar la verdad con amor sobre este asunto desde el púlpito e incluso en la plaza pública. Digo eso, porque si un pastor mantiene un silencio perpetuo con respecto a la verdad de Dios sobre este tema, tal silencio tiene que interpretarse al final como una negación de la verdad.

¿Por qué digo eso? Porque bíblicamente, sabemos que los hombres siempre hablarán con denuedo y convicción la verdad que llena sus corazones. “De la abundancia del corazón habla la boca,” dijo Jesús (Mateo 12:34).

Por lo tanto, lo que creen los hombres en realidad siempre será revelado por lo que digan o no digan con sus bocas. Cuando hay falsas enseñanzas que amenazan la futura existencia, la estabilidad y la prosperidad de una nación, esto debe provocar una respuesta vocal de todos los creyentes. La Palabra de Dios que llena el corazón debe hallar expresión verbal con la boca.

Los que tienen fe deben responder a un ambiente cultural de confusión, oscuridad y engaño al hablar la verdad de Dios con valentía y convicción. Mientras la boca permanezca cerrada, la evidencia de fe permanece ausente. Esto es cierto especialmente con aquellos cuyo llamado es proclamar públicamente todo el consejo de Dios para la edificación de los salvos y la salvación de los perdidos.

Eliminar cualquier verdad de nuestra predicación del evangelio simplemente porque la sociedad actual la considera ofensiva o la niega es manifestar una falta de convicción personal con respecto a esa verdad. Como bien señala John Gill: “Los ministros de la palabra, que tienen una fe firme y bien fundada en las doctrinas del evangelio y en la persona de Cristo. . . hablan libremente de estas cosas, sin duda y sin vacilación, con valentía y sin temor de los hombres, y con sinceridad y fidelidad, como a los ojos de Dios: por eso, hacen que Cristo sea el sujeto principal de su ministerio, porque creen en él, y nada puede impedir que sus bocas hablen de él; la fe y el espíritu de fe, los cuales nos hacen aptos para la labor y el servicio públicos, dan libertad y valentía en la ministración del Evangelio, y son un gran apoyo cuando se padece persecución por causa de él «.

No manifestamos libertad ni valentía en el ministerio del evangelio, si permitimos que las negaciones culturales de verdades particulares nos muevan a editar o diluir nuestra propia presentación del evangelio.

No podemos eliminar de nuestro mensaje público verdades esenciales que Dios ha revelado para llevar a los pecadores a la convicción del pecado y al verdadero arrepentimiento. El señorío de Cristo significa que todo el consejo de Dios debe ser proclamado con valentía, convicción y libertad en el Espíritu, a tiempo y fuera de tiempo, hasta el día de Su segunda venida.

Martin Rizley – HeartCry Ministries – Málaga (España)

HeartCry
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