
Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos (1 Samuel 8:7).
Para entender bien este versículo es recomendable leer todo el capítulo, pero os iré poniendo en contexto.
Dios estableció jueces y profetas que juzgaran a Israel, pero el pueblo pidió a Samuel que les constituyera un rey que les juzgase, igual que tenían las naciones que les rodeaban.
Samuel les advirtió de todas las consecuencias negativas que tendría para ellos, pero aún así seguían queriendo un rey. Como se suele decir coloquialmente: ellos se montaron su propia película y nadie los haría cambiar de idea.
Y razonando humanamente, se podría decir que tenían razón, porque las cosas no estaban funcionando bien. Samuel, ya anciano, había puesto a sus hijos como jueces de Israel. Pero, como vemos en el versículo 3, los hijos de Samuel no anduvieron en los caminos de su padre y se volvieron corruptos. Era «lógico» por tanto que desearan un cambio.
Sin embargo, no pidieron otros jueces, sino que pidieron un cambio en el modelo de gobierno. Lo establecido por Dios no les valía. Ellos consideraron que les era más conveniente lo que tenían sus vecinos.
Esta historia me hace pensar en dos cosas:
1°- ¿Cuántas cosas que deseamos, no serán fruto de la envidia? A menudo albergamos deseos en nuestro corazón los cuales pensamos que son lícitos, tenemos «razones» para ello, incluso los vemos como necesidades. Pero si nos paramos a meditar detenidamente y a escuchar al Espíritu Santo, nos daremos cuenta que la mayoría de nuestros deseos nacen de la envidia.
2°- ¿Cuántas veces no habremos quitado a Dios del gobierno de nuestras vidas por creer os más sabios que Él? Suena ridículo, ¿verdad? ¿Quién es más sabio que Dios? ¡Nadie! Sin embargo, cada vez que decidimos tomar nuestro propio camino en lugar de obedecer a Dios, estamos diciéndole a Dios con nuestros¢ hechos: «Señor, Tu dices esto en tu Palabra, pero yo creo que me va a ir mejor si hago esto otro en lugar de seguir tu consejo».
Roguemos a Dios que nos de humildad y que nos ayude a entender su providencia como LO MEJOR para nuestras vidas. Dejemos de mirar a nuestro alrededor y de comparar nuestra vida con la de los demás (sobretodo con los incrédulos). Fijemos nuestra vista en Cristo y midamos nuestra vida con la de Cristo.
No desechemos a Dios como Rey sobre nuestras vidas. Démosle la preeminencia en todo.
Un abrazo y que tengáis todos un bendecido día del Señor.
Nico Rodríguez – Palabra de Vida Almería