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Juan Sánchez – Este mundo es un mal negocio

Con los precios de la energía por las nubes y una economía que amenaza ruina por las pandemias, los desastres naturales, los conflictos entre naciones o la mala gestión de algunos políticos, este mundo parece una inversión tan mala que cualquier financiero avezado la rechazaría y buscaría otro negocio mejor donde invertir. Pero los inversores han perdido el olfato para los negocios con futuro, para las oportunidades buenas de verdad [1].

Sí, los hay que aún están ganando millones, muchas veces contraviniendo las leyes de la ética, la justicia o la solidaridad humana; es decir, del “amor al prójimo” [2]. Pero la avaricia es mala consejera y los ciega para que no vean lo que se les viene encima: “¡Vamos ahora, ricos! —dice Santiago—. Llorad y aullad por las miserias que os vendrán…” [3]. Esto lo dice, naturalmente, a quienes se han enriquecido por medios ilícitos o a costa del sudor y la desgracia ajena. Se puede llegar a ser rico de un modo honrado y utilizar las riquezas para hacer bien a los demás. “A los ricos de este siglo —le dice Pablo a Timoteo— manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir, que echen mano de la vida eterna” (1 Ti. 6:17-19).

Pero, aunque nadie en su sano juicio se atrevería a negar que “nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” [4] cuando lo dejemos, algunos siguen buscando amasar riquezas con nuevas maneras de hacer fortuna, aparentemente inocuas y —en opinión de algunos— incluso más respetuosas con la justicia social o con la libertad individual que las tradicionales de este bien o mal llamado “mundo libre”.

Esas formas nuevas se basan en aprovechar los vacíos legales que los meteóricos avances tecnológicos de nuestro tiempo van dejando a su paso. Tal parece ser el caso del bitcoin y del resto de las criptomonedas, tan propicias para alentar la búsqueda del “pelotazo”. Su efecto, beneficioso en apariencia para el individuo, puede, sin embargo, no serlo tanto ni para la persona misma —como señala el apóstol Pablo [5]— ni para la sociedad, y contribuir más bien a la desgracia de la primera y a la “deconstrucción” (por ponerle un toque posmoderno) de la segunda.

El orden en este mundo caído, aunque precario e injusto como lo es a menudo, todavía apuntala y sostiene esta maltrecha civilización, mientras que la anarquía a la que puede abocarnos la avaricia personal —por más que no vulnere la legalidad— no contribuirá sino a su desmoronamiento final. “Mejor es malo conocido que bueno por conocer”, como reza —con bastante razón— el refrán popular. El orden y el respeto a la ley, a las reglas del juego democrático, incluida nuestra responsabilidad de pagar los impuestos [6], y el ejercicio abnegado, fiel y desinteresado de los cargos públicos no tiene nada que ver con ese otro orden impuesto, verdugo de libertades y atropellador de derechos, que suele provocar la anarquía. Pero si se fomenta esta última, ello dará lugar a ese segundo orden opresor.  

Sin embargo, a pesar de la advertencia que Dios nos hace en su Palabra (la Biblia) en cuanto a la futilidad de buscar enriquecerse —“¿Has de poner tus ojos en las riquezas, que son nada? Les salen alas como si fueran un águila, y se van volando al cielo” [7]—, este mundo sigue entregándose en cuerpo y alma a la adoración del dios Mamón [8], y causa vergüenza ajena ver a grandes personajes del deporte, los medios de comunicación u otros dispuestos a prestar su nombre por dinero para la promoción de productos sin investigar siquiera su calidad o si la publicidad que se hace de ellos es veraz o provechosa para la gente. El exagerar o mentir en campañas publicitarias por un puñado extra de dólares, euros, libras, yenes o yuanes, cuando no se tiene necesidad de hacerlo, no realza el carácter ni contribuye al buen nombre del que lo realiza, y hay cosas mejores y más duraderas que perseguir en esta efímera vida [9].

Además, en esta sociedad donde ya no parece importar en absoluto que las grandes ideas vayan respaldadas por la integridad o la veracidad de quien las concibe o las promueve, el que se presente con una oferta engañosa lo suficientemente atrevida como para captar la atención de la gente, se convertirá en el amo del mundo. Alguien ha dicho que el que no cree en Dios —o a Dios—, acabará creyéndose cualquier cosa [10]. La credulidad actual de algunos ha dado lugar a que se acuñe ese nuevo vocablo de la “posverdad”; que no es otra cosa que la mentira que deseamos oír porque no atenta contra nuestra comodidad o nuestro interés personal egoísta. Que no nos zarandea la barca.

A la mayor parte del mundo occidental no le mueve ya —si es que alguna vez lo ha hecho— la preocupación por el prójimo, ni por la generación venidera, ni por ninguna cosa que no sea su propio beneficio o sus deleites temporales. Solo aquello que les reporta ganancias económicas, placeres sensuales o el poder o la admiración de la gente; sin darse cuenta de que están labrando su propia ruina. “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” [11]

Pero ni siquiera se lanza una mirada a lo alto, ni se tiene un pensamiento para Quien lo creó todo. Para quien tiene el derecho de ser honrado y adorado; ni para su Hijo, “el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” [12]. Seremos nosotros los que suframos el daño, y no Dios, quien observa desde el cielo nuestros vanos esfuerzos por anularle, por hacerle de menos, por expulsarle de su Creación, negando hasta que exista o viviendo como si no lo hiciera, y quebrantando sus leyes desaforadamente, mientras decimos: “Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas” [13].

Los reyes y gobernantes, jueces y gerifaltes de los negocios que piensan que el futuro lo escriben ellos, deben saber que Dios mismo “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” [14]. El futuro ya está determinado por el Señor de todo, y Él mismo es quien nos insta a entrar en ese negocio fantástico que Jesús llamó la “perla preciosa” y el “tesoro escondido”; en ese Reino eterno, digno de que lo vendamos todo para poseerlo [15].

Además, Dios no es ningún pobre hombre como aquellos a los que estamos acostumbrados, que no pueden respaldar lo que dicen con un carácter sin tacha, una conducta irreprochable o una fidelidad a prueba de todo, y que carecen del poder necesario para cumplir sus promesas. El mundo actual es un negocio en bancarrota, y el inversor entendido no dejará pasar la oportunidad que tiene de “heredar el reino preparado para [él] desde la fundación del mundo” [16]. Como dijo Jesús: “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11:15-19).

Juan Sánchez Araujo


[1] Mateo 13:44-46

[2] Romanos 13:8-10

[3] Santiago 5:1-5

[4] 1 Timoteo 6:7

[5] 1 Timoteo 6:6-10

[6] Mateo 17:25; Romanos 13:7

[7] Proverbios 23:5 (RV2020)

[8] Mateo 6:24;

[9] Mateo 6:24, 33

[10] 2 Tesalonicenses 2:8-12

[11]   Lucas 12:13-21

[12] Gálatas 1:4

[13] Salmo 2:1-5

[14] Hechos 17:31

[15] Mateo 213:44-45; Filipenses 3:7-11

[16] Mateo 25:34


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Un comentario sobre «Juan Sánchez – Este mundo es un mal negocio»

  1. Así es, poner la esperanza en este mundo es iracional para el cristiano, sabiendo que todo será destruido, cómo no vivir santa y piadosamente. Gracias por el artículo, fue de mucha reflexión.

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